lunes, 20 de septiembre de 2010

La Tinta, el Tintero y... la Sal

¿Sabes? Por más que lo intento, por más que lucho contra ello, hay días en los que no puedo evitar recordar aquellas horas en las que todo nos daba igual.

Recuerdo cuando el Sol arañaba sus últimos instantes, rozando la piel de tu cuerpo ahora convertido en un recuerdo deshecho sobre la yema de mis dedos. Recuerdo las lágrimas sobre tardes con olor a café, en como arreglábamos el mundo en silencio, mientras la penumbra ocultaba nuestras miradas llenas de deseo.

Las despedidas, y en esos tres pasos hasta la salida que se hacían eternos y esos besos en tu portal que me sabían a la última cerveza que pides antes de que cerrara el bar. En las idas y venidas por tiendas en las que no teníamos nada que comprar pero jugábamos a ver quien aguantaba más.

Como te quedabas dormida mientras escribía historias sin principio ni final, en tu mirada triste cuando te decidías a leer alguna de mis confesiones prohibidas sobre el frío papel que no tiene dueño ni nombre pero que es esclavo de cada uno de mis lamentos y deseos. Mientras mis ojos se preguntaban si en verdad, las palabras que escribía sin pensar resultaban tan vacías de alegría o llenas de una melancolía que no se quería marchar.

Ahora me resta seguir adelante con esos sueños que se pierden en el horizonte. Alentado por esta imaginación que sólo entiende de aventuras, de combates, de leyendas, de casas encantadas... De fantasmas, como el tuyo, que me atormentan cada vez que cruzamos una mirada y con tus pupilas lamentas que tampoco me quieres olvidar.

lunes, 13 de septiembre de 2010

La Tinta, el Tintero y... el Pañuelo

De viajes y risas va esto. No sólo de los viajes que separan las ciudades miles de kilómetros, si no también de las visitas que hago de vez en cuando a la sala de espera de mi conciencia.

Un fin de semana en donde, casualidades de la vida, me he llevado una sensación a través de un viaje de casi dos mil kilómetros. En otra ciudad, me parecía que al dar la vuelta en una esquina aparecerían por arte de magia las mismas calles y los mismos edificios que perfilan mi barrio. Lo único que me recordaba que estaba un poquito más lejos de donde creía fueron la habitación del hotel y el idioma en el que hablaba la gente.

Como en todo viaje, sin equipaje no se llega a ninguna parte. Y algo que no me puede faltar, uno de mis pequeños amuletos que suelo llevar conmigo a todas parte esta formado por una estilográfica y un par de pequeñas libretas. Sí, las mismas sobre las que he escrito en varias entradas, son reales. Escriba o no en ellas, las llevo encima porque me gusta la sensación de saber que puedo plasmar en cualquier momento todo lo que veo y todo lo que siento.

En esta ocasión no ha sido posible, el tiempo me ha venido justo, pero todo lo que no puedo escribir durante... Lo escribo después. En esta ocasión, escribo sobre viajes, pero en esas libretas hablo sobre muchos temas, algunos de ellos prohibidos incluso para mi conciencia. Comenzaron como un pequeño apoyo, pequeñas historias, entradas sin acabar... Y un buen día empecé a escribir sobre lo que veía, sobre lo que vivía. Ahora son una parte esencial de mi vida.

La tinta habla de viajes, pero también habla de sensaciones. De fragmentos formados por los recuerdos y de palabras que sólo pueden leer los ojos, pues ciertos sentimientos no entienden de distancias, de kilómetros, de lenguajes o de fotografías congeladas en un instante.

domingo, 5 de septiembre de 2010

La Tinta, el Tintero y... la Cadena

Estos días he rechazado varias entradas. Escritas, repasadas y, finalmente, descartadas. La razón no la tengo muy clara. Un ovillo de pensamientos bota de lado a lado dentro de mi cabeza, y yo, cual gato hipnotizado le sigo e intento dar caza mediante inútiles zarpazos.

Pero haré un esfuerzo y lanzaré el ancla de mi conciencia con la esperanza de detener momentáneamente este errático paseo. Una vez detenido, tomo aire y repaso lo sucedido hasta ahora.

Si algo me define, si una característica destaca de entre todas las demás, es mi posición ante el mundo. Con un pie en la realidad y otro en la imaginación.

No suelo mantener una conversación fluida sobre los asuntos que me rodean. Digo no suelo, pero tampoco rechazo una buena charla sobre el tema que sea. Más bien intento que el mundo no me devore. ¿Qué se ha roto el grifo del baño? Bueno, tiene arreglo ¿no? ¿Que mi jefe es un auténtico cero a la izquierda? Me muerdo la lengua, porque está claro que esta especie es legión y no me aplicaré el cuento de “Si no puedes con ellos, únete a ellos”. ¿Que en un despiste me he cargado la sujeción del capó de mi coche? Pse, el mundo no se ha acabado.

Algunas veces me pregunto, cómo es posible que la gente encuentre la felicidad ahogándose en pequeños vasos de agua. Quejándose de que la lluvia les moje, que el Sol les caliente o de que el agua aplaque su sed. Sin embargo soy consciente de que esto no son más que apariencias. Anuncios expuestos en los letreros luminosos de sus almas. De puertas para adentro cada cual pensará y actuará de una forma que ignoro. Aunque no se porque, me da en la nariz que alguien que sólo es capaz de hablar de fútbol, de programas del corazón y se burla abiertamente de las personas que no siguen ese camino, no disertarán sobre la Critica de la Razón Pura durante la hora del té en su salón. O sí, vete a saber.

Este es mi pie en la realidad. Más observador que actor. Miro lo que me rodea y priorizo sobre lo que me interesa – como cualquier hijo de vecino –, con la única salvedad de que mis intereses suelen irse por la tangente pasando de todo el mundo. La gran mayoría de mis opiniones me las guardo y cuando alguien me pregunta pues las suelto, que remedio. Que tampoco soy un observador mudo.

El pie pisa la tierra de los sueños es otro cantar. Me pierdo en historias, cuentos y leyendas. Algunas las escribo y otras, simplemente, pasan, saludan y se van. Las que mas suerte tienen son plasmadas en papel – el de toda la vida o digital –, otras vienen con un poco de realidad debajo del brazo. Y las mejores son las que, con los pies descalzos, saltan con toda la intención sobre los charcos de lluvia que se forman a mi lado. Soy capaz de soñar despierto, pero hasta tal extremo que me cuesta horrores regresar al mundo de la vigila.

Algunos han podido comprobar que ciertos días es muy difícil seguirme el ritmo, mi mente se dedica a saltar de manera aleatoria de un mundo a otro. Y tan pronto estoy hablando de todo un poco como, aprovechando la primera pausa, me quedo callado, con los ojos buscando algo que no se encuentra en el plano en donde nos encontramos. Y, sin venir a cuento, cambio de tema, de estado de ánimo o de conciencia, tan rápido como cambia de dirección el viento.

Me parece que es hora de levar el ancla, que ya me he aburrido de estar tanto tiempo en calma. Porque me he dado cuenta que en uno de los bolsillos de mi pantalón se escondía un viejo mapa, con una gran X dibujada y me está picando la curiosidad...